Para ser bueno hay que hacer el mal
Pero a escondidas
“Noches de Verano” Los Espíritus
Introducción.
Con independencia de
la postura teórica que tengamos, podría generar consenso que la moral es una
conjunto de normas que delimitan la actuación o inacción de los individuos; así
mismo, podría generar acuerdo que la moralidad es la incorporación personal de
dichas normas de conducta, por el contrario, lo que sin duda causaría polémica
sería responder a la razones, condiciones o circunstancias que determinan la
elección de ciertas conductas, y sin duda el debate se tornaría agreste al
cuestionarnos cómo se construyen las normas morales o si estás tienen su
fundamento en una concepción metafísica, ontológica o deóntica sobre el bien o
el mal; en conclusión, podríamos decir que parece que la pregunta acuciante,
sobre la moral, se centra en intentar establecer un criterio general que
permita entender por qué se opta por cierto de tipo de decisiones y no otras a
lo largo de nuestra vidas.
En este ensayo me
propongo algo distinto, esclarecer si la moral, como forma concreta de creación
de una regularidad subjetiva, puede traer luz en el sentido que parece que el
debate sobre la moral, no linda en términos absolutamente abstractos, esto es,
parece que nuestros cuestionamientos sobre la moral, responden precisamente a
que, en lo social hay una bastedad de comportamientos que salen de regularidad,
y en tal sentido la moral y la moralidad pueden entenderse como un proceso
constitutivo de una subjetividad aparentemente autónoma pero en las que el
sujeto, si bien goza de una ratio que ejerce una capacidad reflexiva, dicho
proceso esta atenuado o tiene como límite precisamente una gama de conductas
socialmente establecidas.
Subjetividad
y Moral
En primera instancia,
parece necesario establecer un concepto sobre lo que son las reglas morales, en
tal sentido propongo entenderlas como Lukes lo define:
Las normas [morales] son reglas que indican qué acciones son exigidas,
prohibidas, permitidas, desalentadas y alentadas. Las normas. . . son externas
a los indiviudos e <<interiorizadas>> por los individuos amén de
guiar la conducta de los individuos: dan instrucciones para actuar o no actuar.
(Lukes, 2011:35)
Así, la reflexión en
torno a la Moral y la moralidad derivan de su plano material, lo que nos
preocupa de este tema es precisamente que en la práctica individual, concreta y
cotidiana, con todo y sus matices; hay una serie de regularidades que expresan
una concepción general de comportamientos, un ethos social que adquiere la
forma de actuaciones compartidas por un conjunto de personas que nos permite
identificar las desviaciones que en el orden social se presentan, por tanto, la
reflexión moral intenta exponer la condición, incentivo o justificación que
propicia la práctica de cierto tipo de conductas, específicas y concretas,
reputadas como morales.
[.
. .] si hay una moral, dicha moral no
puede tener por objeto sino el grupo formado por una pluralidad de individuos
asociados [. . .] La moral comienza, por consiguiente, allí donde comienza la
unión para forma un grupo, cualquiera que sea dicho grupo. (Durkheim, 2006: 38)
La reflexión moral se
encamina a exponer el proceso deliberativo que condiciona la materialización de
conductas sociales compartidas en una época; por tanto podamos preguntarnos si
cuándo tomamos ciertas decisiones de actuación o abstención, la elección se
encuentra precedida por un proceso reflexivo o son las condiciones socialmente
construidas las que determinan la acción o la abstención de dichas conductas.
Esta reflexión, nos impone
como tarea, indagar hasta qué punto las condiciones de vida cotidiana impactan
directamente en nuestra actuación personal o si nuestra actuación es expresión
de autonomía y voluntad, en el sentido de que nuestra actuación se encuentra
precedida por un proceso ponderativo, para decirlo mejor, se trata de
identificar si en la convivencia diaria y cotidiana actuamos conforme a las
reglas establecidas y diseñadas, bajo el ropaje de principios morales, algo muy
parecido a estímulos reflejos, en las que el proceso reflexivo es ausente y
sólo elegimos la conducta más adecuada de un catálogo conductual preestablecido,
o bien, si por el contrario, pese a la existencia de conductas aprobadas, ejercemos
una deliberación en el que nos aportamos razones suficientes que nos hagan optar
por una conducta especifica.
En nuestra opinión
parece que es posible un tercer escenario, que podría expresarse en el sentido de
que en nuestra elección de conductas, hay una combinación de criterios, en el
que elegimos según un catálogo determinado de posibilidades de acción, que al
mismo tiempo nos hace descartar cualquier otra opción posible, por ilógica o
irreal, pero que se torna propia en función del proceso reflexivo al que se
encuentra sometida, y es precisamente por razón de este proceso ponderativo, que
redunda en la aportación de justificaciones concretas, lo que hace de la
elección una proceso personal y único, como expresión de autonomía y reflexividad,
que nos coloca en posición de actuar razonadamente; es decir, es mi decisión en
la medida en que hay un proceso reflexivo que acrisola la determinación
preestablecida para presentarla como una elección libre y personal.
Según Lukes, las
normas morales proveen a los individuos de criterios deliberativos que redundan
en la elección del bien común en pos del bien individual, ello quiere decir que
la moralidad desarrolla un sujeto colectivo capaz de ejercer una ratio que le
permite justificar las conductas que considera adecuadas, bajo el principio de
mayor beneficio social.
Las normas morales tratan
de unos asuntos de gran trascendencia para la vida de la gente, que se enfrenta
a la papeleta de tener que distinguir lo que está bien de lo que está mal. Las
normas morales están concebidas para promover el bien y evitar el mal, alentar
la virtud y desalentar el vicio, evitar el daño a los demás y fomentar su
bienestar. En general las normas morales se preocupan más de los intereses de
los demás, o más bien del interés común, que del mero interés individual.
(Lukes, 2011: 35-36)
Desde esta óptica, da
la impresión que la elección moral se encuentra precedida por un criterio general
y contextual interiorizado cotidianamente que permite elegir conscientemente el
bien común; esto quiere decir que la elección voluntaria se encuentra cargada
de efectos positivos, la elección sólo es posible en la medida en que su
elección encuentra respaldo en una concepción de lo que es lo mejor para el
grupo, de ésta manera, la moralidad es fuente de una subjetividad autónoma
capaz de discernir lo bueno y lo malo, referidos a lo que es mejor o peor para
la comunidad, respectivamente.
Debemos decir
entonces que las normas morales son directamente constitutivas de la identidad,
en el sentido que aportan parámetros de actuación, representación y
significación que se interiorizan en los individuos y que estos ocupan en su
cotidianidad bajo la forma de normas de conducta, sin embargo, ¿cómo sabe el
individuo lo qué es mejor para la comunidad? ¿Quién le informa o cómo adquiere
esta subjetividad constituida la noción de lo que es bueno o malo? ¿Los
valores, criterios o parámetros de actuación qué representan? ¿de dónde derivan
o quién o que determinan cuáles son?
En cada cultura existen una
serie coherente de líneas divisorias [. . .] La función de estos actos de
demarcación es ambigua en el sentido estricto del término: desde el momento en
que señalan los límites, abren el espacio a una transgresión siempre posible.
Este espacio, así circunscrito y a la vez abierto, posee su propia configuración
y sus leyes de tal forma que conforma para cada época lo que podría denominarse
el “sistema de la transgresión”. Este sistema [. . .] permite reflejar en parte
ese sistema que es, para todas las desviaciones y para conferirles sentido, su
condición misma de posibilidad y de aparición histórica. (Foucault, 1996: 13)
Podría ser que ¿la
desviación, la anomia, sean conductas adaptativas que actualizan la vigencia
del sistema normativo?
Todo lo que se considera
extraño recibe, en virtud de esta conciencia, el estatuto de la exclusión
cuando se trata de juzgar y de la inclusión cuando se trata de explicar. El
conjunto de las dicotomías fundamentales que, en nuestra cultura, distribuyen a
ambos lados del límite las conformidades y las desviaciones, encuentran así una
justificación y la apariencia de un fundamento (Foucault, 19969 :13)
En este sentido, el
efecto positivo de la constitución de la norma no le es inmanente, la norma no es
el resultado de la necesidad de establecer reglas específicas para el trato
cotidiano, sino la forma de contención de la negatividad inherente a los
sujetos, resultando la anomía la forma positiva del control y la conformidad, esto
es, la constitución de la norma sólo es posible en la medida en que en lo
social se práctica una forma negativa de contacto, ello quiere decir que la
anomia precede en existencia a la norma y es ésta existencia de la que deriva
el efecto positivo de la norma.
En otras palabras la
norma por si misma se mira insuficiente para su sujeción, desde ésta lógica, de
lo que se trata es de establecer una regularidad, un parámetro de creación de
una identidad acorde a los usos y costumbres epocales, de ahí la necesidad de
construir una subjetividad que oscile entre los límites de lo permisible y lo
no permisible; estos linderos, sirven precisamente para crear un sujeto
conforme y controlado bajo los parámetros de la época concreta en la que opera
el sistema normativo, dicho de otro modo, parece que las normas morales, se nos
presentan como parámetros externos de control necesarios para la vida en
sociedad.
Pues estas normas nos
plantean unas exigencias y unos requisitos concretos. Como dijera Durkheim, son
unos <<hechos sociales>>, externos a –e independientes de- nosotros
como individuos, pero que ejercen un influjo importante sobre nosotros. ¿Por
qué, después de todo, seguimos, las reglas morales y sentimos culpabilidad y
vergüenza cuando nos desviamos de ellos? He aquí una respuesta: porque la
fuente de la autoridad moral es social.
Entonces ¿las <<morales>> son equivalentes a los usos y costumbres
de una sociedad dada? (Lukes, 2011: 46)
El problema que yo planteo
es más bien cómo los personajes [. . .] perfectamente integrados. . . pudieron
convertirse en objetos de una práctica [. . .] que les confería un estatuto muy
diferente y los excluyó insertándolos en otro mundo. La base de esta
transformación [. . .] hay que buscarla [. . .] en el juego de los procesos
propios de una sociedad. (Foucault, 1996: 22)
Desde esta óptica la
subjetividad moral tiene por objeto interiorizar los usos y costumbres de una
sociedad dada; usos y costumbres que son recíprocos y que corresponden a
quienes se encuentran en posibilidad de tomar las decisiones, en tal sentido, la
fuente de la moralidad no es una cuestión metafísica, espiritual o inmanente al
Ser sino que se traslada a lo óntico, a la determinación práctica y el uso
social que de éstas se hace, se trata de la creación de una subjetividad que
pueda adaptarse a los intereses concretos de una época concreta, capaz de
reconocer y aplicar los usos y costumbres de está cómo propios y personales.
Así, lo que hace al poder
central más o menos absoluto es la ausencia más o menos radical de todo
contrapeso permanentemente organizado con el objeto de modelarlo. Uno puede
entonces prever que lo que da nacimiento a un poder de este tipo es la reunión
más o menos completa de todas las funciones directivas de la sociedad en una
misma mano. . .Quien detenta la autoridad está investido de una fuerza que lo
libera de cualquier coacción colectiva y que, al menos en cierta medida, no
depende sino de si mismo y de sus ganas, y pueda imponer su voluntad
completamente. Esta hipercentralización da lugar a una fuerza social sui
generis tan intensa que domina a todas las otras y las subordina. (Durkheim,
1899-1900: 636)
Así vista, la norma moral,
parece que es producto precisamente de quienes cuentan con autoridad para
definir lo que es correcto o incorrecto, en tal sentido, el paso del tiempo
jugaría un papel trascendental, si bien a cada época corresponde una moral concreta
y reciproca a dichos intereses, el núcleo duro de su fundamento se petrifica, de
ahí que, con el paso del tiempo los cuestionamientos sobre sus fundamentos no
rastrean su imposición, sino que el estudio analítico de su fundamento, se
realice sobre la base de su aplicación actual, esto es, no se somete a cuestionamiento
los contenidos históricos petrificados en la norma moral, por los que adquiere significado
y representación, por el contrario los fundamentos de las normas morales se
escudriña bajo la lógica de si al amparo del estado actual del conocimiento sus
fundamentos, actualmente son aplicables o no, momento en el que opera un margen
de autonomía que permite apropiarse de las normas morales como propias y
acordes a la época, en el sentido de que son sometidos a un proceso de
acrisolamiento sobre la época actual, sin cuestionar los fundamentos que dieron
origen a su imposición en las épocas pasadas, pues su fundamento surge de la época
en la que opera, en otras palabras, sólo se actualiza a los intereses
dominantes de cada época.
Hay que intentar. . .
etnologizar la mirada que nosotros dirigimos sobre nuestros propios
conocimientos: captar no sólo la forma mediante la cual se utiliza el saber
científico, sino también el modo en el que son delimitados los ámbitos que este
saber científico domina, así como el proceso de formación de sus objetos de
conocimiento y el ritmo de creación de sus conceptos. Hay que restituir, en el
interior de una formación social, el proceso mediante el cual se constituye un
“saber”, entendido éste como el espacio de las cosas a conocer, la suma de los
conocimientos efectivos, los instrumentos materiales o teóricos que lo
perpetúan.(Foucault, 1996: 22)
Así visto, entre
norma y anomía no nace una relación de exclusión, por el contrario, es sólo por
la existencia de intereses concretos y específicos que tienden a perpetuarse; pero
que en los principios morales se expresa como mutuamente excluyentes; sólo
porque la moral condiciona la creación de una subjetividad acorde a los
intereses que deben perpetuarse es que pueden explicarse la relatividad moral; es
sólo por causa de que la moral responde a intereses concretos y específicos que
podemos plantearnos la pregunta metafísica sobre ella, cómo si se tratara de un
instinto normativo que anida en los individuos y que sólo puede hacer explícito
en el momento en que estos entran en contacto social, es sólo a través de la
diferencia que se hace necesario establecer parámetros comunes de actuación,
como si hubiera una imposibilidad inmanente para el contacto social, como si la
vida en si misma hubiera sido producto de una falla de origen, que se revelaría
en el momento del contacto con los otros, es sólo por causa de la diferencia
que hay necesidad de una regularidad; que socialmente se traduce en una
necesidad de control y conformación de sujetos adaptados, capaces de conducirse
conforme a los intereses de cada época, bajo la forma de moral.
CONCLUSIONES.
Parece que la moral
es el resultado de un proceso reflexivo que acrisola la determinación
preestablecida para presentarla como una elección personal y libre, que redunda
en principios morales que crean una subjetividad capaz de articular decisiones
con un amplio sentido de beneficio colectivo pero que en el fondo se trata de
elecciones preestablecidas, según un catálogo predeterminado que establecen
posibilidades de acción reales, que se tornan propias como consecuencia del
proceso reflexivo al que se encuentran sometidas.
Desde esta lógica, la
subjetividad se encuentra condicionada a deliberar sólo en torno a ellas y no a
otras posibilidades, sin embargo es por razón del proceso ponderativo, que adquieren
una apariencia de autonomía, pues al final la conducta de actuación, fue
precedida por el uso reflexivo de la razón que me aporta justificación
suficiente para actuar como lo determiné.
Biografía
Libros
Durkheim, Emilio,
Sociología y Filosofía, Editorial Comares, 2006, Granada, España.
Foucault, Michel, La
vida de los hombres infames, Editorial Altamira, 1996 Argentina.
Lukes, Steven, El
relativismo moral, Paidos, Contextos, 2011, México
Artículos
Durkheim, Emilio, Dos
Leyes de evolución penal, (Journal Sociologique PUF 1969) Publicado,
originalmente en Année Sociologique. Volumen IV 1899-1900, Cuaderno CRH,
Salvador, v. 22, n. 57, p. 635-652, Set/DEZ. 2009 .