jueves, 31 de octubre de 2019

LA PRODUCCIÓN DE LA MORAL


Para ser bueno hay que hacer el mal
Pero a escondidas
 “Noches de Verano” Los Espíritus
Introducción.

Con independencia de la postura teórica que tengamos, podría generar consenso que la moral es una conjunto de normas que delimitan la actuación o inacción de los individuos; así mismo, podría generar acuerdo que la moralidad es la incorporación personal de dichas normas de conducta, por el contrario, lo que sin duda causaría polémica sería responder a la razones, condiciones o circunstancias que determinan la elección de ciertas conductas, y sin duda el debate se tornaría agreste al cuestionarnos cómo se construyen las normas morales o si estás tienen su fundamento en una concepción metafísica, ontológica o deóntica sobre el bien o el mal; en conclusión, podríamos decir que parece que la pregunta acuciante, sobre la moral, se centra en intentar establecer un criterio general que permita entender por qué se opta por cierto de tipo de decisiones y no otras a lo largo de nuestra vidas.

En este ensayo me propongo algo distinto, esclarecer si la moral, como forma concreta de creación de una regularidad subjetiva, puede traer luz en el sentido que parece que el debate sobre la moral, no linda en términos absolutamente abstractos, esto es, parece que nuestros cuestionamientos sobre la moral, responden precisamente a que, en lo social hay una bastedad de comportamientos que salen de regularidad, y en tal sentido la moral y la moralidad pueden entenderse como un proceso constitutivo de una subjetividad aparentemente autónoma pero en las que el sujeto, si bien goza de una ratio que ejerce una capacidad reflexiva, dicho proceso esta atenuado o tiene como límite precisamente una gama de conductas socialmente establecidas.

Subjetividad y Moral


En primera instancia, parece necesario establecer un concepto sobre lo que son las reglas morales, en tal sentido propongo entenderlas como Lukes lo define:

Las normas [morales] son reglas que indican qué acciones son exigidas, prohibidas, permitidas, desalentadas y alentadas. Las normas. . . son externas a los indiviudos e <<interiorizadas>> por los individuos amén de guiar la conducta de los individuos: dan instrucciones para actuar o no actuar. (Lukes, 2011:35)


Así, la reflexión en torno a la Moral y la moralidad derivan de su plano material, lo que nos preocupa de este tema es precisamente que en la práctica individual, concreta y cotidiana, con todo y sus matices; hay una serie de regularidades que expresan una concepción general de comportamientos, un ethos social que adquiere la forma de actuaciones compartidas por un conjunto de personas que nos permite identificar las desviaciones que en el orden social se presentan, por tanto, la reflexión moral intenta exponer la condición, incentivo o justificación que propicia la práctica de cierto tipo de conductas, específicas y concretas, reputadas como morales.

[. . .] si hay una moral, dicha moral no puede tener por objeto sino el grupo formado por una pluralidad de individuos asociados [. . .] La moral comienza, por consiguiente, allí donde comienza la unión para forma un grupo, cualquiera que sea dicho grupo. (Durkheim, 2006: 38)

La reflexión moral se encamina a exponer el proceso deliberativo que condiciona la materialización de conductas sociales compartidas en una época; por tanto podamos preguntarnos si cuándo tomamos ciertas decisiones de actuación o abstención, la elección se encuentra precedida por un proceso reflexivo o son las condiciones socialmente construidas las que determinan la acción o la abstención de dichas conductas.

Esta reflexión, nos impone como tarea, indagar hasta qué punto las condiciones de vida cotidiana impactan directamente en nuestra actuación personal o si nuestra actuación es expresión de autonomía y voluntad, en el sentido de que nuestra actuación se encuentra precedida por un proceso ponderativo, para decirlo mejor, se trata de identificar si en la convivencia diaria y cotidiana actuamos conforme a las reglas establecidas y diseñadas, bajo el ropaje de principios morales, algo muy parecido a estímulos reflejos, en las que el proceso reflexivo es ausente y sólo elegimos la conducta más adecuada de un catálogo conductual preestablecido, o bien, si por el contrario, pese a la existencia de conductas aprobadas, ejercemos una deliberación en el que nos aportamos razones suficientes que nos hagan optar por una conducta especifica.

En nuestra opinión parece que es posible un tercer escenario, que podría expresarse en el sentido de que en nuestra elección de conductas, hay una combinación de criterios, en el que elegimos según un catálogo determinado de posibilidades de acción, que al mismo tiempo nos hace descartar cualquier otra opción posible, por ilógica o irreal, pero que se torna propia en función del proceso reflexivo al que se encuentra sometida, y es precisamente por razón de este proceso ponderativo, que redunda en la aportación de justificaciones concretas, lo que hace de la elección una proceso personal y único, como expresión de autonomía y reflexividad, que nos coloca en posición de actuar razonadamente; es decir, es mi decisión en la medida en que hay un proceso reflexivo que acrisola la determinación preestablecida para presentarla como una elección libre y personal.

Según Lukes, las normas morales proveen a los individuos de criterios deliberativos que redundan en la elección del bien común en pos del bien individual, ello quiere decir que la moralidad desarrolla un sujeto colectivo capaz de ejercer una ratio que le permite justificar las conductas que considera adecuadas, bajo el principio de mayor beneficio social.

Las normas morales tratan de unos asuntos de gran trascendencia para la vida de la gente, que se enfrenta a la papeleta de tener que distinguir lo que está bien de lo que está mal. Las normas morales están concebidas para promover el bien y evitar el mal, alentar la virtud y desalentar el vicio, evitar el daño a los demás y fomentar su bienestar. En general las normas morales se preocupan más de los intereses de los demás, o más bien del interés común, que del mero interés individual. (Lukes, 2011: 35-36)
  
Desde esta óptica, da la impresión que la elección moral se encuentra precedida por un criterio general y contextual interiorizado cotidianamente que permite elegir conscientemente el bien común; esto quiere decir que la elección voluntaria se encuentra cargada de efectos positivos, la elección sólo es posible en la medida en que su elección encuentra respaldo en una concepción de lo que es lo mejor para el grupo, de ésta manera, la moralidad es fuente de una subjetividad autónoma capaz de discernir lo bueno y lo malo, referidos a lo que es mejor o peor para la comunidad, respectivamente.

Debemos decir entonces que las normas morales son directamente constitutivas de la identidad, en el sentido que aportan parámetros de actuación, representación y significación que se interiorizan en los individuos y que estos ocupan en su cotidianidad bajo la forma de normas de conducta, sin embargo, ¿cómo sabe el individuo lo qué es mejor para la comunidad? ¿Quién le informa o cómo adquiere esta subjetividad constituida la noción de lo que es bueno o malo? ¿Los valores, criterios o parámetros de actuación qué representan? ¿de dónde derivan o quién o que determinan cuáles son?

En cada cultura existen una serie coherente de líneas divisorias [. . .] La función de estos actos de demarcación es ambigua en el sentido estricto del término: desde el momento en que señalan los límites, abren el espacio a una transgresión siempre posible. Este espacio, así circunscrito y a la vez abierto, posee su propia configuración y sus leyes de tal forma que conforma para cada época lo que podría denominarse el “sistema de la transgresión”. Este sistema [. . .] permite reflejar en parte ese sistema que es, para todas las desviaciones y para conferirles sentido, su condición misma de posibilidad y de aparición histórica. (Foucault, 1996: 13)

 Para Foucault la constitución de la norma implica la construcción de la anomia, cada época construye las formas y prácticas de conformidad, las que su vez adquieren la forma de conductas permisibles para la convivencia, en contra sentido, al mismo tiempo que cada época define los parámetros de lo que es bueno, así mismo define también, lo que es malo, bajo formas de transgresión del sistema normativo; esto quiere decir que la implementación de la conformidad y el control, implica aparejadamente la creación de la desviación, en otras palabras, al sistema normativo le sería necesario la construcción de su némesis, la forma en que este es negado, de ahí que Foucault se plantea la interrogante de por qué al sistema normativo le es necesaria la construcción de su negación.

Podría ser que ¿la desviación, la anomia, sean conductas adaptativas que actualizan la vigencia del sistema normativo?

Todo lo que se considera extraño recibe, en virtud de esta conciencia, el estatuto de la exclusión cuando se trata de juzgar y de la inclusión cuando se trata de explicar. El conjunto de las dicotomías fundamentales que, en nuestra cultura, distribuyen a ambos lados del límite las conformidades y las desviaciones, encuentran así una justificación y la apariencia de un fundamento (Foucault, 19969   :13)

En este sentido, el efecto positivo de la constitución de la norma no le es inmanente, la norma no es el resultado de la necesidad de establecer reglas específicas para el trato cotidiano, sino la forma de contención de la negatividad inherente a los sujetos, resultando la anomía la forma positiva del control y la conformidad, esto es, la constitución de la norma sólo es posible en la medida en que en lo social se práctica una forma negativa de contacto, ello quiere decir que la anomia precede en existencia a la norma y es ésta existencia de la que deriva el efecto positivo de la norma.

En otras palabras la norma por si misma se mira insuficiente para su sujeción, desde ésta lógica, de lo que se trata es de establecer una regularidad, un parámetro de creación de una identidad acorde a los usos y costumbres epocales, de ahí la necesidad de construir una subjetividad que oscile entre los límites de lo permisible y lo no permisible; estos linderos, sirven precisamente para crear un sujeto conforme y controlado bajo los parámetros de la época concreta en la que opera el sistema normativo, dicho de otro modo, parece que las normas morales, se nos presentan como parámetros externos de control necesarios para la vida en sociedad.

Pues estas normas nos plantean unas exigencias y unos requisitos concretos. Como dijera Durkheim, son unos <<hechos sociales>>, externos a –e independientes de- nosotros como individuos, pero que ejercen un influjo importante sobre nosotros. ¿Por qué, después de todo, seguimos, las reglas morales y sentimos culpabilidad y vergüenza cuando nos desviamos de ellos? He aquí una respuesta: porque la fuente de la autoridad moral es social. Entonces ¿las <<morales>> son equivalentes a los usos y costumbres de una sociedad dada? (Lukes, 2011: 46)

 Sin embargo, si la fuente de la moral fuera estrictamente la época en la que opera, llevaría a pensar que cada época tiene un espíritu concreto, como un alma o ánima que se diluye en todos para llenarnos de orden y su necesidad, ésta respuesta parece un poco insípida a la luz del conocimiento filosófico y sociológico, empero una mirada más contemplativa, nos haría preguntarnos si la pregunta por la moralidad y la moral, no es la pregunta por la gestión y administración del poder, esto es, como Durkheim sostiene, si la moralidad nace en el momento en que hay un contacto grupal, la imposición de la moral correspondería a los integrantes del grupo, en tal sentido, parece que las normas morales, se encuentran atravesadas por un proceso deliberativo de lo que es bueno o es malo para el grupo, y es precisamente en este sentido, que para esclarecer la pregunta por la moralidad, el cuestionamiento debe trasladarse al ámbito de cómo es que se llega al consenso de lo que es mejor o peor para el grupo, o más aún, quién o quiénes están en posibilidad de determinar lo que es mejor para el grupo, es en este sentido, que la moral empieza tener claridad y temporalidad, pues las épocas morales cambian según cambian los intereses o posiciones de quienes se encuentran en aptitud de definir la anomia.

El problema que yo planteo es más bien cómo los personajes [. . .] perfectamente integrados. . . pudieron convertirse en objetos de una práctica [. . .] que les confería un estatuto muy diferente y los excluyó insertándolos en otro mundo. La base de esta transformación [. . .] hay que buscarla [. . .] en el juego de los procesos propios de una sociedad. (Foucault, 1996: 22)

Desde esta óptica la subjetividad moral tiene por objeto interiorizar los usos y costumbres de una sociedad dada; usos y costumbres que son recíprocos y que corresponden a quienes se encuentran en posibilidad de tomar las decisiones, en tal sentido, la fuente de la moralidad no es una cuestión metafísica, espiritual o inmanente al Ser sino que se traslada a lo óntico, a la determinación práctica y el uso social que de éstas se hace, se trata de la creación de una subjetividad que pueda adaptarse a los intereses concretos de una época concreta, capaz de reconocer y aplicar los usos y costumbres de está cómo propios y personales.

Así, lo que hace al poder central más o menos absoluto es la ausencia más o menos radical de todo contrapeso permanentemente organizado con el objeto de modelarlo. Uno puede entonces prever que lo que da nacimiento a un poder de este tipo es la reunión más o menos completa de todas las funciones directivas de la sociedad en una misma mano. . .Quien detenta la autoridad está investido de una fuerza que lo libera de cualquier coacción colectiva y que, al menos en cierta medida, no depende sino de si mismo y de sus ganas, y pueda imponer su voluntad completamente. Esta hipercentralización da lugar a una fuerza social sui generis tan intensa que domina a todas las otras y las subordina. (Durkheim, 1899-1900: 636)

Así vista, la norma moral, parece que es producto precisamente de quienes cuentan con autoridad para definir lo que es correcto o incorrecto, en tal sentido, el paso del tiempo jugaría un papel trascendental, si bien a cada época corresponde una moral concreta y reciproca a dichos intereses, el núcleo duro de su fundamento se petrifica, de ahí que, con el paso del tiempo los cuestionamientos sobre sus fundamentos no rastrean su imposición, sino que el estudio analítico de su fundamento, se realice sobre la base de su aplicación actual, esto es, no se somete a cuestionamiento los contenidos históricos petrificados en la norma moral, por los que adquiere significado y representación, por el contrario los fundamentos de las normas morales se escudriña bajo la lógica de si al amparo del estado actual del conocimiento sus fundamentos, actualmente son aplicables o no, momento en el que opera un margen de autonomía que permite apropiarse de las normas morales como propias y acordes a la época, en el sentido de que son sometidos a un proceso de acrisolamiento sobre la época actual, sin cuestionar los fundamentos que dieron origen a su imposición en las épocas pasadas, pues su fundamento surge de la época en la que opera, en otras palabras, sólo se actualiza a los intereses dominantes de cada época.

Hay que intentar. . . etnologizar la mirada que nosotros dirigimos sobre nuestros propios conocimientos: captar no sólo la forma mediante la cual se utiliza el saber científico, sino también el modo en el que son delimitados los ámbitos que este saber científico domina, así como el proceso de formación de sus objetos de conocimiento y el ritmo de creación de sus conceptos. Hay que restituir, en el interior de una formación social, el proceso mediante el cual se constituye un “saber”, entendido éste como el espacio de las cosas a conocer, la suma de los conocimientos efectivos, los instrumentos materiales o teóricos que lo perpetúan.(Foucault, 1996: 22)

Así visto, entre norma y anomía no nace una relación de exclusión, por el contrario, es sólo por la existencia de intereses concretos y específicos que tienden a perpetuarse; pero que en los principios morales se expresa como mutuamente excluyentes; sólo porque la moral condiciona la creación de una subjetividad acorde a los intereses que deben perpetuarse es que pueden explicarse la relatividad moral; es sólo por causa de que la moral responde a intereses concretos y específicos que podemos plantearnos la pregunta metafísica sobre ella, cómo si se tratara de un instinto normativo que anida en los individuos y que sólo puede hacer explícito en el momento en que estos entran en contacto social, es sólo a través de la diferencia que se hace necesario establecer parámetros comunes de actuación, como si hubiera una imposibilidad inmanente para el contacto social, como si la vida en si misma hubiera sido producto de una falla de origen, que se revelaría en el momento del contacto con los otros, es sólo por causa de la diferencia que hay necesidad de una regularidad; que socialmente se traduce en una necesidad de control y conformación de sujetos adaptados, capaces de conducirse conforme a los intereses de cada época, bajo la forma de moral.

CONCLUSIONES.

Parece que la moral es el resultado de un proceso reflexivo que acrisola la determinación preestablecida para presentarla como una elección personal y libre, que redunda en principios morales que crean una subjetividad capaz de articular decisiones con un amplio sentido de beneficio colectivo pero que en el fondo se trata de elecciones preestablecidas, según un catálogo predeterminado que establecen posibilidades de acción reales, que se tornan propias como consecuencia del proceso reflexivo al que se encuentran sometidas.

Desde esta lógica, la subjetividad se encuentra condicionada a deliberar sólo en torno a ellas y no a otras posibilidades, sin embargo es por razón del proceso ponderativo, que adquieren una apariencia de autonomía, pues al final la conducta de actuación, fue precedida por el uso reflexivo de la razón que me aporta justificación suficiente para actuar como lo determiné.

Biografía
Libros
Durkheim, Emilio, Sociología y Filosofía, Editorial Comares, 2006, Granada, España.
Foucault, Michel, La vida de los hombres infames, Editorial Altamira, 1996 Argentina.
Lukes, Steven, El relativismo moral, Paidos, Contextos, 2011, México

Artículos
Durkheim, Emilio, Dos Leyes de evolución penal, (Journal Sociologique PUF 1969) Publicado, originalmente en Année Sociologique. Volumen IV 1899-1900, Cuaderno CRH, Salvador, v. 22, n. 57, p. 635-652, Set/DEZ. 2009 .

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