La concepción de un poder fuerte, centralizado, necesario
en la conducción de la vida social, (político-organizativa-social) se debe a
Hobbes, él sostuvo que era necesario un pacto social que permitiera el pleno
desarrollo de la sociedad y la consolidación de la paz, así nació el Estado
moderno.
Fue Montesquie quien advirtió que el Estado, el poder, su
ejercicio y sus depositarios representaban serios peligros para la sociedad, por
lo que planteó la necesidad de segmentar el ejercicio del Poder Público, surgiendo
así los poderes Ejecutivo, Legislativo, Judicial y sus representantes.
No fue sino hasta el siglo XIX, cuando se cuestionó
seriamente, el enorme poder que del
Estado y su especial relevancia en la vida social:
“Hemos visto que uno de las caracteres
esenciales del Estado consiste en una fuerza pública aparte de la masa del
pueblo (Engels, 1884, 67)
el Estado no es de ningún modo un poder
impuesto desde fuera de la sociedad; . . .
Es más bien un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo
determinado; es la confesión de que esa sociedad se ha enredado en una
irremediable contradicción consigo misma y está dividida por antagonismos
irreconciliables, que es impotente para conjurar. Pero a fin de que estos
antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna no se devoren a sí
mismas y no consuman a la sociedad en una lucha estéril, se hace necesario un
poder situado aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el
choque, a mantenerlo en los límites del "orden". Y ese poder, nacido
de la sociedad, pero que se pone por encima de ella y se divorcia de ella más y
más, es el Estado. (Engels, 1884, 103)
Engels sostuvo que el Estado (Burgués) era la expresión más
evidente de intereses diferentes en pugna, intereses que se disocian, terminado
por imponer
LOS INTERÉS DE UNA ÍNFIMA MINORÍA A UNA INMENZA MAYORIA; tal afirmación desató
un intenso debate, y fue en los albores del siglo XX, cuando otra crítica,
cimbro la función social del Estado:
“El Estado es una organización especial de
la fuerza, es una organización de la violencia para la represión de una clase
cualquiera (Lennin, 1966,29)
en la sociedad capitalista tenemos una
democracia amputada, mezquina, falsa, una democracia solamente para los ricos,
para la minoría. . . Dicho en otras términos: bajo el capitalismo, tenemos un
Estado en el sentido estricto de la palabra, una maquina especial para la
represión de una clase por otra . . . a través de los cuales marcha
precisamente la humanidad en estado de esclavitud, de servidumbre, de trabajo
asalariado (Lennin, 1966, 110)
la democracia se ve coartada, cohibida,
truncada, mutilada por todo el ambiente de la esclavitud asalariada, por la
penuria y la miseria de las masas (Lennin, 1966, 143)
Las apreciaciones del carácter militar y policíaco del
Estado, lo situaron como una entidad que centralizaba y reunía a las fuerzas
represivas que reaccionaba para someter a los grupos en rebeldía, cuya energía
cambiante, mutaba, acoplándose a las condiciones culturales, sociales e
históricas. En la década de los 60´s- 70´s del mismo siglo, en una ola mundial
de vigorosa crítica y agitación social, se ahondo en el cuestionamiento al
Estado; se afirmó entonces, que el Estado es una mascarada, y que el primer
paso para descubrirlo es negarnos a aceptar la legitimación que de él hacen los
teóricos y actores de la política; detrás del Estado existen actores, fuerzas
que operan desde adentro en contra de los intereses de la mayoría, “el Estado es el enemigo del pueblo”. [1]
Estas acciones político-sociales-militares que trajeron a la
luz sistemas de vigilancia, de represión, de encarcelamiento e incluso de
eliminación de los disidentes.
En este contexto, cabria preguntarnos:
¿Hace el Estado uso de la violencia en todo momento? O ¿Debemos
pensar el uso de la violencia del Estado en un plano de uso temporal?
Hoy presenciamos el incremento de la violencia y una alta
taza en los índices de criminalidad; cada vez más se hace perceptible la
connivencia, la tolerancia o incapacidad del Estado para ofrecer respuestas
adecuadas a la demandas de seguridad; recurriendo en cambio a reformas legales,
mecanismo o instrumentos para depurar los cuerpos de policía y militares, sin
menos cabo de la implementación de “nuevos” sistemas de justicia.
El Estado, es un organismo “no acabado”, de adaptación constante a las circunstancias que se
presentan, que genera nuevas estrategias de convivencia, control y de
reincorporación de individuos, luchas y sectores; el Estado del siglo XXI, ha
transmutado para convertirse en un organismo moralizador con fines
civilizadores, que ha dejado de fundarse en el principio de legitimidad para
sostenerse en la legalidad y en el principio de dominio, valiéndose de
discursos de autoridad moral, ética, desarrollo/bienestar y paz social; en palabras de Begoña Aretxaga:
“La separación entre la sociedad civil y
el Estado no existe en la realidad. Por el contrario, el Estado como la
realidad fenomenológica se produce a través de discursos y prácticas de poder,
producidos en los encuentros locales a nivel de todos los días, y produce a
través de los discursos de la cultura pública, los rituales de duelo y
celebración, y encuentros con las burocracias, monumentos, organización del
espacio, etc. el Estado tiene que ser considerado como el efecto de un nuevo
tipo de gubernamentalidad (Begoña Artexaga, 2003, 398)[2]
Esto nos lleva a afirmar que existen prácticas públicas diseñadas y programadas
que se implementan en la vida social, sin límites ni barreras, que se traducen
en formas de control y sometimiento ideológico, que no siempre se acompañan del
ejercicio directo de la fuerza pero que se valen de la persuasión/intimidación para definir y creas cierto tipo de sujetos e identidades. Se trata de anular las individualidad,
la subjetividad y condicionar el ser colectivo a través rupturas intencionales.
“Así, primero se usa un suceso muy
emocional con un fuerte impacto en los modelos mentales de la gente con el fin
de influir en estos modelos según la preferencia –por ejemplo en términos de una
fuerte polarización entre Nosotros (buenos e inocentes) y Ellos (malos y
culpables) –. En segundo lugar, mediante repetidos mensajes y la explotación de
sucesos relacionados (por ejemplo otros ataques terroristas). Este modelo
preferido se puede generalizar a representaciones sociales más estables y
complejas acerca de los ataques terroristas o incluso a una ideología
anti-terroristas. Es importante, en estos casos, que los intereses y beneficios
de quienes tienen el control de la manipulación se oculten, oscurezcan o
nieguen, mientras que los beneficios de ‘todos nosotros’, de ‘la nación’, etc.
se enfaticen, por ejemplo, en términos de un aumento del sentimiento de
seguridad.” (van Dijk, 2006, 51)
En este Estado civilizador el manejo de la información constituye
una forma de ejercicio del poder para producir verdades oficiales. Podemos decir entonces que la violencia del Estado es un
instrumento moralizador, que actúa permanente y sistemáticamente; de forma constante; primando el uso de la
violencia imperceptible, difuminada, aparente o simulada; hay un uso de la
violencia oficializada, institucionalizada, consentida, permitida y promovida,
que se interioriza en los sujetos con objeto de desensibilizarlos en su uso, para
acostumbrarlos y condicionarlos:
“La publicidad, como instancia que
promueve la configuración de identidades
a partir del consumo, debe pensarse, según mi punto de vista, desde
perspectiva ética-estética. . . . la publicidad en tanto crea vínculos identitrios
lo suficientemente sólidos para persistir durante mucho tiempo, comunica
ciertos contenidos que en nada o muy poco enriquecen el espíritu de la
humanidad. Los slogans no sólo determinan o delimitan el campo en que se debe
inclinar nuestro gusto para ser considerado “buen gusto”, su tarea tampoco
termina en darnos cierto estatuto frente a las demás personas, sino que también
funge como etiquetas que nos identifican concierto número de personas que
también comparten “nuestros” gustos e inclinaciones” (GARCÍA CABALLERO, 2008,
p. 171)
En tal
contexto, quizá sea prudente, replantearse la función social del Estado.
BIBLIOGRAFÍA
Aguilar
Rivero, Mariflor (Coord.), Sujeto, construcción de identidades y cambio social,
México, UNAM, 2008
Engels,
Federico, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Ed.
Progreso, Moscu, 1966.
Tenorio
Trillo, Mauricio, De cómo ignorar, México, CIDE/FCE, 2000
Pierre
Clastres, Arqueología de la violencia: la Guerra en las sociedades primitivas,
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Vladimir
Ilich, Lennin, El Estado y la revolución, la doctrina marxista del Estado y las
tareas del proletariado en la revolución, Ediciones en Lenguas Extranjeras,
Pekin, China, 1975
Artículos
Begoña Aretxaga, “Maddening States”, Annual Review of
Anthropology, 32, 2003, p.393-410
Philip Abrams, Notas sobre la dificultad de estudiar
al Estado, 1977, Journal of Historical Sociology, Vol. I,
n° 1, march 1988, pp-58-89.
Teun van Dijk, Discurso y manipulación: Discusión
teórica y algunas aplicaciones, Revista Signos, v. 39, n. 60, Universidad Pompeu
Fabra, España, 2006, p.49-76
Victorian
Serrano, Felipe, Estado, golpes de Estado y militarización en América Latina:
una reflexión histórico política, Revista Argumentos (Méx.) vol.23 no.64 México
sep./dic. 2010
[1] Véase, Estado, golpes de Estado y
militarización en América Latina: una reflexión histórico política, Felipe
Victoriano Serrano, Argumentos (Mex.) Vol. 23 No. 64, México sep/dic 2010.
[2]The separation between civil society and the state does not exist in
reality. Rather, the state as phenomenological reality is produced through
discourses and practices of power, produced in local encounters at the everyday
level, and produced through the discourses of public culture, rituals of
mourning and celebration, and encounters with bureaucracies, monuments,
organization of space, etc. The state has to be considered as the effect of a
new kind of governmentality
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