jueves, 18 de mayo de 2017

Estado y Civilización


La concepción de un poder fuerte, centralizado, necesario en la conducción de la vida social, (político-organizativa-social) se debe a Hobbes, él sostuvo que era necesario un pacto social que permitiera el pleno desarrollo de la sociedad y la consolidación de la paz, así nació el Estado moderno.  

Fue Montesquie quien advirtió que el Estado, el poder, su ejercicio y sus depositarios representaban serios peligros para la sociedad, por lo que planteó la necesidad de segmentar el ejercicio del Poder Público, surgiendo así los poderes Ejecutivo, Legislativo, Judicial y sus representantes.

No fue sino hasta el siglo XIX, cuando se cuestionó seriamente, el enorme poder que  del Estado y su especial relevancia en la vida social:

“Hemos visto que uno de las caracteres esenciales del Estado consiste en una fuerza pública aparte de la masa del pueblo (Engels, 1884, 67)
el Estado no es de ningún modo un poder impuesto desde fuera de la sociedad; . . .  Es más bien un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado; es la confesión de que esa sociedad se ha enredado en una irremediable contradicción consigo misma y está dividida por antagonismos irreconciliables, que es impotente para conjurar. Pero a fin de que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna no se devoren a sí mismas y no consuman a la sociedad en una lucha estéril, se hace necesario un poder situado aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el choque, a mantenerlo en los límites del "orden". Y ese poder, nacido de la sociedad, pero que se pone por encima de ella y se divorcia de ella más y más, es el Estado. (Engels, 1884, 103)

Engels sostuvo que el Estado (Burgués) era la expresión más evidente de intereses diferentes en pugna, intereses que se disocian, terminado por  imponer LOS INTERÉS DE UNA ÍNFIMA MINORÍA A UNA INMENZA MAYORIA; tal afirmación  desató un intenso debate, y fue en los albores del siglo XX, cuando otra crítica, cimbro la función social del Estado:
“El Estado es una organización especial de la fuerza, es una organización de la violencia para la represión de una clase cualquiera (Lennin, 1966,29)
en la sociedad capitalista tenemos una democracia amputada, mezquina, falsa, una democracia solamente para los ricos, para la minoría. . . Dicho en otras términos: bajo el capitalismo, tenemos un Estado en el sentido estricto de la palabra, una maquina especial para la represión de una clase por otra . . . a través de los cuales marcha precisamente la humanidad en estado de esclavitud, de servidumbre, de trabajo asalariado (Lennin, 1966, 110)
la democracia se ve coartada, cohibida, truncada, mutilada por todo el ambiente de la esclavitud asalariada, por la penuria y la miseria de las masas (Lennin, 1966, 143)

Las apreciaciones del carácter militar y policíaco del Estado, lo situaron como una entidad que centralizaba y reunía a las fuerzas represivas que reaccionaba para someter a los grupos en rebeldía, cuya energía cambiante, mutaba, acoplándose a las condiciones culturales, sociales e históricas. En la década de los 60´s- 70´s del mismo siglo, en una ola mundial de vigorosa crítica y agitación social, se ahondo en el cuestionamiento al Estado; se afirmó entonces, que el Estado es una mascarada, y que el primer paso para descubrirlo es negarnos a aceptar la legitimación que de él hacen los teóricos y actores de la política; detrás del Estado existen actores, fuerzas que operan desde adentro en contra de los intereses de la mayoría,  “el Estado es el enemigo del pueblo”. [1]

Estas acciones político-sociales-militares que trajeron a la luz sistemas de vigilancia, de represión, de encarcelamiento e incluso de eliminación de los disidentes.

En este contexto, cabria preguntarnos:
¿Hace el Estado uso de la violencia en todo momento? O ¿Debemos pensar el uso de la violencia del Estado en un plano de uso temporal?

Hoy presenciamos el incremento de la violencia y una alta taza en los índices de criminalidad; cada vez más se hace perceptible la connivencia, la tolerancia o incapacidad del Estado para ofrecer respuestas adecuadas a la demandas de seguridad; recurriendo en cambio a reformas legales, mecanismo o instrumentos para depurar los cuerpos de policía y militares, sin menos cabo de la implementación de “nuevos” sistemas de justicia.

El Estado, es un organismo “no acabado”, de adaptación constante a las circunstancias que se presentan, que genera nuevas estrategias de convivencia, control y de reincorporación de individuos, luchas y sectores; el Estado del siglo XXI, ha transmutado para convertirse en un organismo moralizador con fines civilizadores, que ha dejado de fundarse en el principio de legitimidad para sostenerse en la legalidad y en el principio de dominio, valiéndose de discursos de autoridad moral, ética, desarrollo/bienestar y paz social;  en palabras de Begoña Aretxaga:

“La separación entre la sociedad civil y el Estado no existe en la realidad. Por el contrario, el Estado como la realidad fenomenológica se produce a través de discursos y prácticas de poder, producidos en los encuentros locales a nivel de todos los días, y produce a través de los discursos de la cultura pública, los rituales de duelo y celebración, y encuentros con las burocracias, monumentos, organización del espacio, etc. el Estado tiene que ser considerado como el efecto de un nuevo tipo de gubernamentalidad (Begoña Artexaga, 2003, 398)[2]

Esto nos lleva a afirmar que existen prácticas públicas diseñadas y programadas que se implementan en la vida social, sin límites ni barreras, que se traducen en formas de control y sometimiento ideológico, que no siempre se acompañan del ejercicio directo de la fuerza pero que se valen de la persuasión/intimidación  para definir y creas cierto tipo de sujetos e identidades. Se trata de anular las individualidad, la subjetividad y condicionar el ser colectivo a través rupturas intencionales.

“Así, primero se usa un suceso muy emocional con un fuerte impacto en los modelos mentales de la gente con el fin de influir en estos modelos según la preferencia –por ejemplo en términos de una fuerte polarización entre Nosotros (buenos e inocentes) y Ellos (malos y culpables) –. En segundo lugar, mediante repetidos mensajes y la explotación de sucesos relacionados (por ejemplo otros ataques terroristas). Este modelo preferido se puede generalizar a representaciones sociales más estables y complejas acerca de los ataques terroristas o incluso a una ideología anti-terroristas. Es importante, en estos casos, que los intereses y beneficios de quienes tienen el control de la manipulación se oculten, oscurezcan o nieguen, mientras que los beneficios de ‘todos nosotros’, de ‘la nación’, etc. se enfaticen, por ejemplo, en términos de un aumento del sentimiento de seguridad.” (van Dijk, 2006, 51)

En este Estado civilizador el manejo de la información constituye una forma de ejercicio del poder para producir verdades oficiales. Podemos decir entonces que la violencia del Estado es un instrumento moralizador, que actúa permanente y sistemáticamente; de forma constante; primando el uso de la violencia imperceptible, difuminada, aparente o simulada; hay un uso de la violencia oficializada, institucionalizada, consentida, permitida y promovida, que se interioriza en los sujetos con objeto de desensibilizarlos en su uso, para acostumbrarlos y condicionarlos:

“La publicidad, como instancia que promueve la configuración de identidades  a partir del consumo, debe pensarse, según mi punto de vista, desde perspectiva ética-estética. . . . la publicidad en tanto crea vínculos identitrios lo suficientemente sólidos para persistir durante mucho tiempo, comunica ciertos contenidos que en nada o muy poco enriquecen el espíritu de la humanidad. Los slogans no sólo determinan o delimitan el campo en que se debe inclinar nuestro gusto para ser considerado “buen gusto”, su tarea tampoco termina en darnos cierto estatuto frente a las demás personas, sino que también funge como etiquetas que nos identifican concierto número de personas que también comparten “nuestros” gustos e inclinaciones” (GARCÍA CABALLERO, 2008, p. 171)

En tal contexto, quizá sea prudente, replantearse la función social del Estado.

BIBLIOGRAFÍA


Aguilar Rivero, Mariflor (Coord.), Sujeto, construcción de identidades y cambio social, México, UNAM, 2008
Engels, Federico, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Ed. Progreso, Moscu, 1966.
Tenorio Trillo, Mauricio, De cómo ignorar, México, CIDE/FCE, 2000
Pierre Clastres, Arqueología de la violencia: la Guerra en las sociedades primitivas, FCE, Argentina, 2004
Vladimir Ilich, Lennin, El Estado y la revolución, la doctrina marxista del Estado y las tareas del proletariado en la revolución, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekin, China, 1975

Artículos
Begoña Aretxaga, “Maddening States”, Annual Review of Anthropology, 32, 2003, p.393-410
Philip Abrams, Notas sobre la dificultad de estudiar al Estado, 1977, Journal of Historical Sociology, Vol. I, n° 1, march 1988, pp-58-89.
Teun van Dijk, Discurso y manipulación: Discusión teórica y algunas aplicaciones, Revista Signos, v. 39, n. 60, Universidad Pompeu Fabra, España, 2006, p.49-76
Victorian Serrano, Felipe, Estado, golpes de Estado y militarización en América Latina: una reflexión histórico política, Revista Argumentos (Méx.) vol.23 no.64 México sep./dic. 2010



[1] Véase, Estado, golpes de Estado y militarización en América Latina: una reflexión histórico política, Felipe Victoriano Serrano, Argumentos (Mex.) Vol. 23 No. 64, México sep/dic 2010.
[2]The separation between civil society and the state does not exist in reality. Rather, the state as phenomenological reality is produced through discourses and practices of power, produced in local encounters at the everyday level, and produced through the discourses of public culture, rituals of mourning and celebration, and encounters with bureaucracies, monuments, organization of space, etc. The state has to be considered as the effect of a new kind of governmentality 

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